Alimentos ultraprocesados: ¿una amenaza silenciosa para la salud pública?
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Nuevos estudios científicos revelan cómo su consumo desmedido puede afectar el bienestar de las personas. La recomendación de una especialista de la UNQ.
En la vorágine de la vida moderna, la búsqueda de comodidad y practicidad lleva a un aumento alarmante en el consumo de alimentos ultraprocesados. Estos productos, diseñados para ser sabrosos, convenientes y de larga duración, se convierten en una amenaza silenciosa para la salud pública.
Un estudio llevado a cabo por investigadores de distintas partes del mundo y publicado en la revista The BMJ, explica esta tendencia preocupante. La investigación ofrece una revisión exhaustiva que abarca a casi 10 millones de participantes, examinando 45 metanálisis agrupados de 14 artículos de revisión distintos.
Los resultados son contundentes y señalan que una mayor exposición a alimentos ultraprocesados se asocia consistentemente con un mayor riesgo de 32 resultados adversos para la salud. Entre las consecuencias identificadas se encuentran enfermedades cardiovasculares, trastornos mentales comunes y diabetes tipo 2.
¿Qué son exactamente los alimentos ultraprocesados?
Para entender el daño que pueden causar estos alimentos, es importante comprender qué son. Se trata de productos que fueron sometidos a modificaciones significativas respecto a su estado original y pasaron por procesos industriales.
Durante estos procesos, pierden una parte sustancial de sus nutrientes, como vitaminas y minerales, y suelen contener ingredientes agregados poco saludables, como azúcares, aditivos, grasas y sal. Ejemplos típicos de estos incluyen embutidos, galletitas, algunos cereales, snacks, alimentos enlatados y comidas preparadas que simplemente requieren ser calentadas en el microondas u horno.
Además de su pérdida de valor nutricional, tienden a contener grandes cantidades de sodio, grasas trans y saturadas, así como una densidad energética mayor. Esta combinación de factores contribuye indiscutiblemente a su impacto negativo en la salud.
Una mirada desde la ciencia
En diálogo con la Agencia de noticias científicas de la UNQ Mariángeles Espiño, especialista en Nutrición y Diabetes, jefa del Servicio de Nutrición del sanatorio Trinidad Quilmes, explica que el sistema NOVA clasifica los alimentos y los distintos tipos de alimentación según la naturaleza, finalidad y grado de procesamiento industrial, en lugar de clasificarlos en términos de nutrientes y tipos de alimentos. En ese sentido, ofrece una guía útil para entender los alimentos ultraprocesados, clasificándolos en cuatro grupos.
“En el primer grupo se encuentran los alimentos naturales, seguidos por aquellos que experimentan una leve transformación en la industria alimentaria, como el envasado, pero aún conservan su naturaleza básica y se consumen rápidamente”, dice la especialista.
Siguiendo esta línea, el segundo grupo muestra una intervención más significativa de la industria, con procesos como la pasteurización para mejorar la calidad del alimento en términos bromatológicos. “Estas intervenciones resultan necesarias para el consumo de esos alimentos, sin tener implicancias negativas para la salud”.
El tercer grupo implica un mayor procesamiento, con mezclas de alimentos para mejorar características organolépticas y hacerlos más atractivos para el consumo masivo. Aunque pueden contener menos aditivos, su nivel de procesamiento los aleja de ser opciones saludables.
Finalmente, el cuarto grupo comprende los ultraprocesados, caracterizados por tener más de cinco ingredientes en su lista, muchos de los cuales son desconocidos para el consumidor y pueden incluir aditivos químicos. Estos productos suelen ser altos en grasas y sodio, con efectos negativos para la salud.
Repensar la relación con la comida
Frente a este contexto, en la era de la comida rápida y los alimentos ultraprocesados, repensar la relación con lo que se come es una necesidad urgente. En el país, existen las Guías Alimentarias para la Población Argentina (GAPA) elaboradas por el Ministerio de Salud de la Nación, que son un conjunto de recomendaciones cuyo objetivo es fomentar una alimentación saludable. Pero, ¿qué tan fácil es seguir estos consejos en la realidad? Lo cierto es que para muchas personas, encontrar el equilibrio adecuado entre una dieta saludable y la conveniencia del consumo rápido es un desafío constante.
“La cultura moderna nos acostumbra a la inmediatez, y esto se refleja en nuestras elecciones alimenticias. Los alimentos ultraprocesados, prácticos y sabrosos, son a menudo la opción más rápida y fácil en medio de nuestras vidas ocupadas”, detalla Espiño. Y sugiere que para reducir el consumo de productos ultraprocesados, es fundamental priorizar una alimentación basada en alimentos naturales.
“Hay que llenar la heladera principalmente con alimentos frescos, como carnes, verduras y frutas. Optar por legumbres y cereales integrales que han pasado por un mínimo proceso industrial, como separación, lavado y envasado, también es una estrategia clave”, dice. Esta elección asegura una alimentación saludable sin necesidad de examinar minuciosamente las etiquetas de cada producto.
La regla del 80-20 propuesta por la especialista ofrece un enfoque realista y sostenible para mantener un equilibrio en la dieta. “Al dedicar el 80% de nuestra ingesta a alimentos saludables y reservar el 20% para indulgencias ocasionales, podemos disfrutar de una variedad de sabores sin comprometer nuestra salud”.
En suma, reevaluar la conexión con la comida y dar prioridad a la salud por encima de la comodidad es esencial. Elegir alimentos frescos y naturales constituye el inicio de un camino hacia un estilo de vida más saludable a largo plazo.
*Artículo elaborado por la Agencia de Noticias de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ)