Falleció Lita Boitano, la luchadora de derechos humanos que contagiaba alegría a pesar del dolor
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La presidenta de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas tenía 92 años. Era la madre de Miguel y Adriana, desaparecidos por el terrorismo de Estado. Militante peronista y feminista, y pionera en la recopilación de las primeras denuncias en 1976.
Poco antes de cumplir sus 93 años, falleció la querida Angela ‘Lita’ Paolín de Boitano, histórica dirigente de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas y una luchadora incansable por los derechos humanos y por la Memoria, la Verdad y la Justicia.
Lita pasó más de la mitad de su vida buscando a su hijo y a su hija, desaparecidos durante la última dictadura. Ambos se habían criado en una casa peronista y desde chicos habían comenzado a militar.
Miguel Ángel tenía 20 años. Era estudiante de Arquitectura en la UBA e integrante de la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Fue secuestrado el 29 de mayo de 1976, apenas dos meses después del golpe cívico – militar, y fue visto por sobrevivientes en el centro clandestino de detención de la ESMA. Adriana, de 24 años, era estudiante de la carrera de Letras e integrante de la JUP. Fue secuestrada casi un año después, el 24 de abril de 1977 y nunca más se supo de ella.
“El 28 de mayo toma su té, estaba muy resfriado y se va a la casa de la novia. Es la última vez que lo vi”, recordó con detalle sobre su hijo Miguel Ángel al declarar como testigo en el tercer tramo de la megacausa ESMA . Al día siguiente, el llamado de la esposa de su compañero Roberto Aravena la puso en alerta. Ambos habían salido juntos de la casa de los padres de Roberto y no habían regresado. Habían sido secuestrados en las cercanías de la Panamericana.
A partir de su desaparición, Lita comenzó a buscarlo por todos lados: recurrió a un primo que tenía un alto rango en la Armada y, como tantas Madres y Abuelas, visitó todo tipo de instituciones y personajes nefastos, como monseñor Emilio Graselli, quien era secretario privado del vicario castrense Adolfo Tortolo, y tenía dos cuadernos, uno con los nombres de las personas ya asesinadas y otro con quienes permanecían con vida en los centro clandestinos de detención. “¿En qué libro estará su hijo?”, recordó Lita que le preguntó el sacerdote.
Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas nació al poco tiempo, en septiembre de 1976, reuniendo a quienes buscaban a los primeros desaparecidos y desaparecidas, constituyéndose como uno de los principales receptores de denuncias. Lita se unió en enero de 1977, cuando fue a una reunión del organismo, que funcionaba en la sede de la Liga Argentina por los Derechos Humanos, y presentó el primer habeas corpus por su hijo. “Con el habeas corpus hecho no sólo me sentí contenida sino que me di cuenta de que lo que me estaba pasando le sucedía a muchos otros”, contó en una entrevista a la Revista Haroldo.
Su hija mayor había regresado de un breve exilio en Brasil y se había reincorporado a su militancia a pesar del terror y la persecución, que no se detendría. El 24 de abril era domingo y Lita había ido a misa temprano y a las 10 la acompañó a una cita clandestina con alguien de su organización luego de dos encuentros a los que no había ido nadie. Esa mañana, en pleno barrio de Caballito, fue secuestrada a la vista de todos, incluída la propia Lita.
“Adriana estaba vestida toda de color turquesa, con una pollera cruzada, que se usaba mucho en aquel entonces, una remerita turquesa y blanca. De repente, levanto la cabeza, yo iba por mano izquierda, ella por la de enfrente, y la veo (…) pero en ese mismo momento dos tipos la agarran de los hombros y la meten adentro de un auto. A mí me pareció que había un brazo atrás, la metieron ahí, se cruzaron enseguida, se subieron a otro auto, evidentemente en el que subió Adriana había otra gente. Los dos autos salieron a toda velocidad. Yo me frené de golpe, me persigné, todo en pocos segundos. En la otra esquina había otro auto, celeste, con los faros encendidos, pensé que venía hacia mí, pero dio la vuelta y se fue con los otros dos. Ahí me armé como si fuera realmente una militante, caminé en contra del tránsito, hice una cuadra, llegué a Gaona y tomé un taxi”, detalló en diálogo con Revista Haroldo y agregó: “La noche anterior, Adriana me dijo que a lo único que le tenía miedo era al dolor, eso me quedó grabado para toda la vida, porque siempre pensé si sabría que ese domingo era el último, si había hablado con alguien”.
La desaparición de Adriana marcó un antes y un después en su lucha. “Ahí quedo sola para luchar por mis dos hijos. Ahí todo el miedo, la tensión, desapareció. La entrega fue total porque ya me habían sacado todo, por lo tanto la lucha tenía que ser para mis hijos y para el resto. Vivíamos el dolor y la angustia de los nuestros y de los otros. Dejé el trabajo y volví a la casa de mis padres”, dijo al declarar en la megacausa ESMA.
Su vida dio un nuevo vuelco cuando en enero de 1979 viajó a la Conferencia Episcopal en Puebla, México, en representación de Familiares, para denunciar ante la Iglesia las violaciones a los derechos humanos en el país. Viajó acompañada por un joven que resultó ser un secuestrado de la ESMA que los represores habían enviado para intentar infiltrar a Montoneros en el exilio. Ante el riesgo que implicaba volver al país, viajó a Europa. Comenzó en Francia, pasó por Bélgica, Holanda, Suecia, hasta que llegó a Italia. En todos los lugares continuó denunciando a la dictadura y juntando fondos para los organismos argentinos.
“El 15 de diciembre de 1983 subí al avión que me trajo a la Argentina, llegué el 16, cinco días después de la asunción de Alfonsín, y de Ezeiza fui directamente a Familiares. El avión llegaba a las 13:30 y yo sabía que a las 14 había reunión en Riobamba 34, la nueva sede que no conocía. Entonces ahí me encontré con las compañeras y de ahí no me moví más”, contó a Haroldo sobre su regreso al país.
La lucha por encontrar vivos a sus hijos se convirtió luego en la búsqueda de la verdad sobre qué les había pasado y en el pedido de justicia para quienes habían llevado adelante el terrorismo de Estado.
A pesar de todo ese dolor, Lita nunca perdió su sentido del humor. Su sonrisa siempre iba por delante de su pequeño cuerpo, adornado con los pines con las fotos de Adriana y Miguel Ángel y de Familiares. Los dedos en “v” y el pañuelo verde atado en la muñeca siempre estuvieron en alto en una dirigente que reivindicó su identidad peronista y su militancia feminista, movimiento que conoció durante su exilio. Quedará en la memoria su lucha, su ejemplo, su alegría y su característica voz gastada, que cerraba cada acto en el que participaba con su grito de “30 mil compañeros detenidos – desaparecidos, presentes. ¡Ahora y Siempre!”.