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A contramano del discurso de LLA, las científicas y científicos ajustados en el sistema público no encuentran lugar en el mercado, sino en otras naciones que invierten en desarrollo y se los llevan. Historias de un fenómeno que ya vivió la Argentina en dictadura y en los ’90.

Carolina Marvaldi es licenciada en Biotecnología de la Universidad Nacional de Quilmes y doctora en Farmacia y Bioquímica de la UBA, especializada en Ciencias de la Salud. Investiga sobre la búsqueda de biomarcadores para determinar posibles partos prematuros en un modelo animal. Su trabajo se enmarca dentro de la ciencia básica pero es clave para poder trasladarse a futuro hacia humanos, en un país donde el parto prematuro es la principal causa de mortalidad en menores de un año. Sin embargo, su labor quedará trunca. Sin sustento para seguir en la Argentina, producto del desmantelamiento del sistema científico por parte del gobierno de Javier Milei, Marvaldi se va a Estados Unidos. En el laboratorio que deja, nadie seguirá su línea.

“La gente que queda tiene otros proyectos y no se pueden abarcar todos, tanto por una cuestión de recursos humanos como por falta de fondos. No alcanzan los subsidios para investigar todo, así que mi investigación va a continuar hasta donde yo la deje”, cuenta a Tiempo desde el Centro de Estudios Farmacológicos y Botánicos, en la Facultad de Medicina.

Lleva años trabajando sobre el tema: primero con beca de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación, y luego de Conicet. Proyectaba continuar por ese camino, pero quedó afuera: en el área de ciencias médicas este año dieron 17 becas para todo el país. Ella quedó en la posición 22.

“El detonante para decidir irme del país fue no obtener la beca, por ende no tener un estipendio por mi investigación; y además el hecho de la paralización de los subsidios para investigación, sin los cuales no podemos llevar a cabo ningún proyecto”, lamenta. A partir de este año trabajará en el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos. Una entidad abocada a la investigación en salud pública en el país que tanto admira Milei.

Los que no pueden más se van

El concepto “fuga de cerebros” fue acuñado por la prensa británica en la década de 1960. En Argentina no hace falta explicar de qué se trata. Ya desde la campaña electoral se advertía que volvería a pasar y hoy es un hecho: científicos y científicas que no tienen oportunidades de seguir sus investigaciones en territorio nacional, producto de la decisión política de desfinanciar al sector, buscan hacerlo en otros países. Se van con la formación de la ciencia argentina a cuestas, como Marvaldi.

Incluso hay quienes se vuelven a ir, tras haber sido repatriados por el Programa Raíces que se convirtió en política de Estado en 2008. Es el caso de Alejandro Díaz–Caro, matemático retornado en 2014 que ahora volverá a Francia. “Sin becas para formar doctorandos, sin financiamiento para mis proyectos de investigación en curso y con salarios cada vez más bajos, decido volver a Francia. Un país que me recibe con un contrato diseñado específicamente para atraer a investigadores senior de todo el mundo (…). Volví hace diez años con Raíces. Hoy me voy con el programa Motosierra”, graficó en sus redes.

Según un informe del Grupo EPC-CIICTI, durante los primeros ocho meses de gestión del gobierno el sector científico-tecnológico “sufrió una grave reducción de su planta de trabajadores, perdiendo 2448 puestos entre los distintos organismos y empresas estatales”. De acuerdo a ese relevamiento, “el Conicet es el ámbito más dañado”, con un recorte de 825 becas y 514 puestos entre administrativos e investigadores.

La fuga también es interna

“Dentro de la Comisión de Arqueología dieron cinco becas a nivel nacional, y con el tercer lugar de orden de mérito quedé afuera. Mi proyección sigue siendo entrar, porque es para lo que me formé. Uno sabe que puede quedar afuera de las convocatorias, pero cuando sabés que hiciste lo que era necesario para entrar y lo que te hace no entrar son factores externos, uno queda tambaleando sin saber para dónde apuntar y requiere un poco de barajar y dar de nuevo”, enfatiza Matías Lepori, doctor en Arqueología por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, con formación de grado en Tucumán y beca doctoral de Conicet.

Su área de investigación es en los valles altos de Catamarca, analizando los cambios en la conformación de los paisajes prehispánicos a lo largo de la historia, con trabajos junto a las comunidades locales de Los Morteritos y Las Cuevas. “Es sumamente doloroso ver la saña con la que se habla de la ciencia y de quienes hacemos ciencia. Se dice que no trabajamos, que nos pagan por hacer nada. Por investigaciones que a nadie le importan. Y cuando uno va al territorio y se involucra, ahí se ven los impactos”, plantea.

Pedro Kozul.

Pedro Kozul es doctor en Historia por la Universidad Nacional de Rosario. Investiga el funcionamiento de gobiernos municipales y sus tipos de vínculos con los poderes centrales durante la segunda mitad del siglo XIX. Postuló para la beca posdoctoral de Conicet y quedó en el orden de mérito, pero afuera. Ahora espera los resultados de una convocatoria de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Admite que no quisiera irse: “No me resulta atractivo este camino porque implicaría una adaptación y reconfiguración en la vida de mi familia (esposa e hijo de dos años). Me encantaría permanecer en mi país y contribuir a la comunidad con un conocimiento útil para entender, contextualizar y posiblemente resarcir diferentes demandas y problemas que afronta a diario la administración local”.

Menos cerebros para pensar la Argentina

Mientras tanto, el Ejecutivo nacional admite que tiene 53 millones de dólares ya otorgados por organismos internacionales para ciencia, pero que decide no usar porque «fueron aprobadas con anterioridad a este gobierno».

Leonardo Venerus, es biólogo en el Centro Nacional Patagónico (Cenpat). Estuvo entre quienes recibieron en Puerto Madryn a Daniel Salamone, titular del Conicet, al grito de “¡la ciencia no se vende!”. Delegado de ATE, advierte que la ida de investigadores del país no es la única forma de fuga de cerebros.

“Hay un montón de actores del sistema científico y de lugares de trabajo que se están perdiendo. Tanto investigadores como administrativos y becarios cumplen roles fundamentales en la ciencia. No solamente se pierden cerebros cuando la gente se va al exterior. En ese caso, la gente es ‘aprovechada’ por países que en muchas oportunidades no han invertido en la formación de esa persona y reciben a alguien formado que puede llegar y empezar a producir en un laboratorio”, señala.

Y sigue: “pero hay otra gente que se cae del sistema y no tiene esa ‘suerte’, o su trabajo tiene un fuerte arraigo regional y conoce mucho una determinada situación y es un actor fundamental en el desarrollo de procesos de ordenamiento territorial, de cuestiones sociales, ambientales, que no fácilmente puede llevar su expertís afuera. Cuando alguien que tiene un doctorado se va a dar clases en un secundario, estamos perdiendo la oportunidad de que aporte desde otro lugar. No es que no aporte dando clases, pero se está perdiendo alguien que aporte al desarrollo científico-tecnológico del país. No se fue pero se está cayendo del sistema. Y es probablemente un número mucho mayor al que se va”.

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