Por el prof. Rolando (Roli) Fernández

Algo más de 31 años atrás fue necesario llevar a mi hija mayor al Hospital pediátrico «Juan P. Garrahan». Ella acababa de cumplir un año de edad. Una extraña enfermedad le afectó sus glóbulos rojos, con la consecuente anemia.

Pasó por varios meses de internaciones y estudios de todo tipo. Recuerdo que los profesionales tenían dificultades para realizar sus tareas: sus venas eran demasiado delgadas. En una oportunidad, fue un médico residente de origen peruano quien logró introducirle una aguja para una transfusión. Tenía una habilidad reconocida por sus compañeros de trabajo, quienes lo llamaban «Manos Mágicas».

Pero la atención de la institución era de excelencia también en el plano administrativo, además del plano profesional, caracterizada por una sensible humanidad. Las demás familias de todo el país que también estaban allí por otras delicadas situaciones de salud de sus hijos coincidían conmigo en esta apreciación.

En los últimos meses se ha hablado mucho acerca del Hospital «Garrahan». Los testimonios que he escuchado coinciden en todas las líneas con la experiencia que con mi familia he atravesado: el profesionalismo, la amabilidad, la eficiencia, la excelencia del Hospital «Garrahan».

No tengo ninguna duda acerca de su importancia. Debemos salvarlo. Y las autoridades presentes y futuras deberán poner todo su empeño para que la atención en esa institución continúe siendo magnífica y que continúe en la vanguardia técnica y científica que siempre la caracterizó.

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